¡Hola de nuevo! Ya llevo viajando más de seis meses por este maravilloso país y si me hubieran contado mi experiencia antes de salir de Madrid no me la habría creído. He conocido a centenares de personas, vivido experiencias inolvidables y aprendido lo que la universidad nunca me permitió ser capaz de ver. Además, cuando viajas, tus planes cambian cada dos por tres, y gracias a mi seguro Travelfine para Work & Holiday Visa en ningún momento le he temido a la incertidumbre.
Comencé mi viaje en Melbourne a mediados de octubre y ya hace tres meses que os conté cómo acabé en un maravilloso retiro de yoga en medio de un parque nacional en el que enfocar mi mente en lo que mi cuerpo necesita y en lo que mi espíritu me llevaba tanto tiempo pidiendo. Ahora mismo, la situación que ha vivido el mundo con el Coronavirus es algo que ninguno de nosotros esperábamos. Todos los Work & Holiday Visa que conozco han tenido que adaptarse a las circunstancias y algunos de ellos han tenido incluso que volverse a su país de origen. Lo que viene de ahora en adelante es mera incertidumbre y en tres meses he tenido que luchar frente a infinidad de límites, nuevas reglas e imprevistos. Sígueme en mi pequeña aventura si quieres saber más.
El valle de Govinda
Aislarse en medio de un gran parque nacional junto a la playa era una gran idea a principios de año, lo que no me esperaba, es que el COVID-19 fuera a aparecer y obligarnos a todos a cambiar radicalmente nuestras vidas al servicio de la seguridad mundial. Por suerte, Australia es de los países más seguros en cuanto a lo que el efecto de esta pandemia se refiere, pero, aun así, jamás lo hubiera esperado y los viajeros hemos sufrido todo tipo de cambios. Había organizado mi viaje para aislarme uno o dos meses en este maravilloso retiro de yoga y después viajar un poco más y trabajar, pero, como siempre, cuando viajas, las sorpresas forman parte del destino.
Govinda me ofreció todo tipo de workshops: meditaciones, sound healings, self love, expresión física y emocional, art therapy, etc. Dedicábamos determinadas horas del día a trabajar ayudando en la cocina, en el jardín, en mantenimiento o meramente limpiando las habitaciones para nuevos clientes a cambio de ser hospedados y disfrutar los mejores platos veganos de la zona. Aprendí mucho trabajando como jardinero manteniendo, cuidando y arreglando todo tipo de imprevistos, así como de cocinero llevándome unas cuantas recetas. Este lugar me ha permitido conectar con más de medio centenar de personas en apenas dos meses y todas ellas de diferentes partes del mundo. Mi afán por mejorar me inglés se fusionaba en cada conversación metafísica que era capaz de formular con personas con mis mismos intereses. Recuerdo haberme sentido demasiado frío y distante los primeros días, ya que, mi propio distanciamiento con lo que creía que la sociedad esperaba de mí y lo que realmente era mi forma de ser, se diferenciaban demasiado.
Aquí aprendí a respetarme, a buscar más allá de lo que los meros planes de viaje pueden demostrarte, aquí aprendí a seguir mi propio camino, sin egos y sin pensamientos irracionales sobre qué es lo correcto y lo que no. No puedo estar más seguro de que fue la decisión indicada. Todo el yoga que practiqué, todo el foco que obtuve gracias a enfocarme en mi respiración y toda la sinceridad y cariño que recibí por parte de aquellos desconocidos, sin juicio y sin máscaras, son hoy por hoy, lo que me ayudaron a transformarme en lo que realmente siempre quise llegar a ser, la mejor y más libre versión de mí mismo. Y puedo decir orgulloso que viaje donde viaje, habrá una pequeña parte de esta familia que estará esperándome siempre. Ahora sé lo fácil que es seguir compartiendo y conociendo parte de tu cultura, historias y experiencias aprendiendo la realidad de otros gracias a abrir tu corazón a los demás. He de decir que, definitivamente encontré el amor, hacia los demás y hacia mí mismo, pero en especial, hacia una joven canadiense.
Viajando a Uluru
Tras varias semanas de incertidumbre debido a mi deseo y apuesta por dejar la zona de confort siempre que la sienta durante mi viaje, decidí marcharme. Había conectado con tantas personas, había buscado tanto en mí mismo, había encontrado tantas respuestas… y de repente, sentía el deseo de encontrar una nueva aventura, todo un abismo de dudas me gobernaba. El miedo se apoderaba de mí al pensar en dejar aquel lugar, pero interiormente, sabía que algo mejor llegaría y tenía que seguir con mi viaje.
Como periodista, vine a Australia a conocer más sobre su cultura aborigen, me intrigaba el conocimiento que aquellos ancestros descubrieron y comunicaron durante tantos años, pero que a ojos del sistema habían sido tan olvidados e incluso desterrados y tachados por falta de educación y afluencia de vicio. Mi corazón y las señales que había sabido leer me encomendaban a realizar un viaje hacia el centro de Australia, pues el Uluru llevaba tiempo esperándome. Al comunicarle a mis amigos de Govinda la idea de adentrarme en el desierto, dos de ellos se unieron encandilados a la aventura que podríamos experimentar juntos y en al menos un par de horas ya teníamos los billetes de avión y el coche reservados. Cogimos un avión directo desde Sydney a Ayers Rock y con los primeros atisbos de COVID-19, empezamos una aventura sin destino fijo. Uluru es la formación rocosa a la que los aborígenes llevan rezando más de 60.000 años, y no es solo el corazón de Australia, es el corazón del mundo.
Sin duda, empezar a ver a gente preocupada en el aeropuerto, con mascarillas y advirtiendo tu presencia si te acercabas mucho era algo que en esos momentos nos extrañaba a más no poder. Creo que nunca había sentido mayor paz que recorriendo la otra famosa formación Kata Tjuta, energía que fluye y que mantiene el espíritu de tantos rezos y de tanta sabiduría impregnada por miles de kilómetros de puro desierto. Pincha aquí para ver el resumen de lo que significó mi aventura.
Byron Bay, playas escondidas y pueblos costeros
El viaje nos mantuvo desconectados durante unos días, pero a mí no dejaban de llegarme noticias sobre España. El COVID-19 era algo que el mundo ya no era capaz de negar. Tras esta aventura a través de rocas provistas de colores marcianos y suelos más bien parecidos a los de Marte, decidí unirme a Keegan, mi mejor amigo australiano en su vuelta a casa. Seguramente, esta fue la mejor decisión de mi viaje, pues iba a conocer la costa de New South Wales, pues él vivía en Lennox Head y la oferta de quedarme unos días con él y su familia mientras encontraba mi próxima aventura era algo que ni quería, ni iba a rechazar.
Así, compré mi billete hacia Sydney para pasar un par de noches en casa de unos amigos que, como yo, estaban sin opciones. El trabajo se estaba acabando y los negocios estaban empezando a cerrar, tenía que encontrar un buen lugar en el que hacer la cuarentena que se aproximaba o al menos un trabajo en alguna granja que además me pudiese asegurar algo de dinero y firmar los 88 días de trabajo para que te permitieran un próximo y posible año de visa en Australia.
El vuelo hacia Ballina fue corto. Su padre nos recogió y enseguida me vi en una maravillosa casa a orillas de una playa de arena blanca y pura. El lugar perfecto para respirar, descansar y poner mi mirada en el próximo paso que dar durante mi viaje. Keegan me enseñó las mejores caras de Lennox Head y Byron Bay, playas privadas y costas ocultas que no cualquier turista conoce. Paraísos sin nombre al alcance de pocos fueron los primeros descubrimientos que mis ojos percibían. Es sabido que cuando naces en un lugar acabas conociendo todos sus rincones y así tuve la oportunidad de adentrarme en aquellos escondites.
Esa semana fue interesante, pues la gente dejó de salir a la calle y de quedar en grupos, así, las playas, ya sea solo por su desconocimiento y por la gran pandemia, estaban literalmente desiertas. Vi delfines, supermercados casi vacíos y gente esquivándote por la calle, el mundo estaba empezando a volverse paranoico. Empleé mis días en leer, investigar más sobre el asunto y buscar oportunidades de trabajo en granjas al norte pues Keegan se ofrecería a acercarme a alguna de ellas. Conocí más acerca de vivir con una familia australiana, sus costumbres y diferencias contrastaban con lo que venía acostumbrado.
En ese entonces, infinidad de amigos españoles se seguían quedando sin trabajo y en cuestión de unos días la cuarentena se haría oficial, no podía perder más tiempo o me quedaría atrapado en el lugar en el que me encontrase. Así, con imprudencia y demasiada prisa, encontré varias ofertas para trabajar en granjas cerca de Brisbane.
El susto cerca de Brisbane
Mi subida al norte significó no más de tres horas de incertidumbre, con varios números a los que llamar en el momento indicado y varios perfiles previamente contactados a través de Facebook. Para mi sorpresa, al llegar a Brisbane dos de las personas con las que había contactado para trabajar no daban señal, supuestamente iban a recogerme y llevarme a la granja en la que, según ellos, empezaba al día siguiente. Mis dudas se anticiparon al ver que el primer ministro australiano cerraría fronteras y servicios en dos días, poniendo a la gente en una cuarentena que por el momento no tendría fecha de caducidad. Así, me quedé sin opciones, varios días contactando con prisas y con no mucha esperanza se convirtieron en quedarme sin nada.
Además, las otras tres opciones que tenía se habían hecho inviables por el supuesto miedo de los empleadores, la situación por el COVID-19 empezaba a ser alarmante en Italia y en España y mi miedo volvía a resurgir. Pensaba en todos los amigos que había hecho en Govinda y en la oportunidad de haberme quedado con ellos hasta que todo pasase. El arrepentimiento es el peor enemigo del viajero, pues sí es verdad que cada día tomas determinadas decisiones que cambian tu destino radicalmente.
Con estas ideas en mi cabeza y tras invertir aquel día en seguir preguntando a contactos y amigos, me di cuenta de que las granjas ya no querían correr el riesgo de contratar a gente que había estado viajando previamente. Mis últimas opciones eran volver con la familia de mi amigo australiano o buscar opciones de voluntariado en otras familias, comunidades o granjas en las que al menos poder estar aprendiendo cada día y vivir tranquilo la situación. El tiempo corría, abrí mi Whatsapp y dediqué horas a escribir a todos los amigos que había hecho en Australia buscando un lugar seguro al que ir o volver.
El paraíso de las ilusiones
La tormenta siempre precede a la calma, y en cuestión de horas, mi amigo Oliver de Govinda, me dijo que al día siguiente se dirigiría a una comunidad en medio de un bosque paradisiaco cerca de Mullumbimby, próximo a Byron Bay. Era la oportunidad perfecta de no sentir mi compañía como una obligación para mi amigo Aussie y así podría empezar de nuevo con una nueva aventura y en medio de la nada rodeado por naturaleza virgen.
Así, llegué a aquella comunidad, un bosque de lantana, bambús y plataneros lo rodeaban, los animales vivían en paz y las personas que allí encontré eran un reflejo de la pureza que hace al ser humano libre: plantar tu propia comida, hacer tus necesidades en la tierra, meditaciones diarias, bailes, cocina vegetariana y los llamados secretos de vida en comunidad. La conexión de nuestra respiración con la conciencia es algo que no había sido capaz de aprender hasta llegar a este lugar y dedicarle al menos una hora cada día. Mis días se volvieron tranquilos, sin internet y sin mayor preocupación que la de acabar un buen libro. Australia estaba cerrando fronteras y cortando los accesos, pero para mi sorpresa, el último día de acceso iba a ser el mejor de todos.
Había estado en contacto con aquel flechazo internacional casi un mes desde que dejé Govinda, y para mi sorpresa, albergó todo el valor necesario para unirse a mí en aquella comunidad. Al verla me di cuenta de que la incertidumbre y el no sentirse protegido o seguro siempre será un ejercicio mental, pero es sabido que hay que estar siempre preparado para cualquiera de las opciones. La ilusión me invadía, quería quedarme a trabajar y ayudar en los proyectos de esta comunidad un buen tiempo, al menos hasta que la pandemia pasase. Pero cuando estás en un país desconocido, en el que todo puede variar y en el que tu viaje no es planeado ni mucho menos, la vida incide y crea sorpresas que te llevan a mejores destinos y experiencias, ya sea enamorarte o ya sea el miedo a perder algo o alguien, los obstáculos que encuentras en tu camino son impredecibles, y así lo viví en aquel momento.
El Coronavirus era por el momento imparable y el gobierno declaraba a familias australianas el tener únicamente a dos personas extranjeras por hogar. El propietario de aquel terreno había sido justo con nosotros hasta entonces, pues de un día para otro decidió comunicarnos que debíamos marcharnos. Oleadas de dudas me recorrieron la frente, apenas nos dejaba un día para tomar una decisión drástica. Estábamos en medio de New South Wales y nuestra única solución fue volver a Byron Bay y pasar una noche en cualquier hostal mientras pensábamos qué hacer. Encontrar una granja que te acomodase y ofreciese trabajo en apenas un día era misión imposible, en la calle no podías estar a menos de 1.5m de distancia de la otra persona y el supermercado había creado nuevas limitaciones a la hora de comprar comida.
Qué estaba pasando, haber estado un par de semanas sin internet nos había dado de golpe en las narices, el mundo estaba cambiando y las empresas y servicios estaban literalmente cerrando. La gente ya no salía a la calle en la mayoría de los países y en España, las familias se habían quedado literalmente recluidas en sus casas. No éramos los únicos sin solución, varios compañeros de la comunidad se quedaron sin opciones y fue juntando nuestras visiones cuando descubrimos que uno de nosotros tendría un contacto que nos iba a salvar a todos.
La esperanza siempre es bienvenida
Gracias a viajar y viajar con personas que han viajado tanto, te das cuenta de que cuando necesitas ayuda todos han vivido o viven tu misma situación. Es muy común encontrar historias verdaderamente alentadoras en viajeros, tan solo tienes que preguntar y dejarte conocer, estar abierto a cualquier tipo de consejo o ayuda. Incluso confiar en las personas que llevan a cabo tu plan de seguro de viaje, ellos se dedican a esto porque han viajado y porque han vivido situaciones muy parecidas a la tuya. Siempre encontraremos recomendaciones con lugares que visitar, precauciones, consejos, apoyo en la búsqueda de trabajo en un país extranjero o incluso eventos a los que asistir y maneras de sentirte siempre apoyado, todo esto cuenta y en situaciones dramáticas, con gente que viaja a tu lado, nunca vas a estar solo, lo quieras o no, desconocidos me han ayudado más que personas que consideraba amigos, pero sin queja, a veces, solo es cuestión de experiencia y diferencia cultural.
Así, una amiga de la comunidad en la que estábamos conoció hace varios meses en Croacia a una australiana que vivía en una granja de permacultura con su familia a unas tres horas de Byron Bay. Fue contarle la situación en la que estábamos y acto seguido en menos de una hora teníamos la respuesta. Incrédulos, aún nos costaba creer que en apenas unas horas, la familia iba a venir a recogernos haciéndose un viaje de más de seis horas de ida y vuelta con tal de ayudar a viajeros que como ellos al ser jóvenes, se habían quedado desamparados, en medio de la nada y con una situación tan grave como el Coronavirus recorriendo el mundo.
Jamás tendré palabras de agradecimiento que puedan describir lo que sentí en aquel momento. Nos hospedaron en dos grandes casas en medio de un gran terreno rodeado por árboles e infinidad de animales de granjas. Eran dos familias que estaban dispuestas a ofrecernos hospedaje a cambio de ayudar con lo básico, yendo dos días a la semana al pueblo más cercano a comprar comida, estábamos a salvo. A veces, para mí, la tarea más difícil es confiar en el llamado destino o fluir de la vida, pues siempre me ha gustado tener varias opciones, pero en ese momento simplemente me había dejado llevar por lo que la vida me tuviese deparado y así fue.
Una granja en la que aprender y ayudar con el mejor de mis esfuerzos. No podían ofrecer trabajo porque la temporada de tomates y pimientos había finalizado, pero ahí estuvimos, día tras día ayudando con los últimos encargos de comida orgánica para el mercado y otros quehaceres. Construimos vallas, ayudamos en tareas de mantenimiento, alimentamos a los animales, plantamos verduras y vivimos todo el proceso que una granja de permacultura enseña. Esta gran familia nos ha dado todo lo que ha podido, y ha sido así porque una vez vivieron la misma situación que nosotros vivimos, porque ellos mismos se permitieron el derecho de viajar sin destino fijo, haciendo de cada persona que habían conocido el hogar que esperaban encontrar.
Aquí hemos vivido ya un mes, y así queremos seguir, actuando en orden con lo que nuestro destino nos tiene preparado, dejándonos llevar por el viaje que hacemos hacia el siguiente lugar y hacia nosotros mismos. He aprendido tanto… Dejarme llevar ha sido una de las mejores lecciones, pero, sobre todo, la de trabajar en equipo, la de dar a los demás sin esperar a cambio, ser ejemplo e inspiración para los demás es lo que acaba cambiando el mundo.
Podremos proteger y cuidar a los demás, pero primero tenemos que aprender a hacerlo con nosotros mismos, no es acerca de cambiar a las personas, es acerca de inspirarlas. Nuestras historias, nuestros ejemplos de superación y nuestra forma de afrontar las circunstancias son las lecciones que cada día nos da la vida y que nos ayudan en cada paso del camino.